Me acostumbré tanto a ti y a tus mil maneras de querer, que anduve buscando por el mundo amores que se parezcan al tuyo.
Extraño las líneas que zurcaban las suaves palmas de tus manos, y ese
lunar que siempre besaba en tu vientre soñando con que un día le vería
crecer albergando un bebé que consumara en su persona todo el amor que
prisionero de mi cuerpo quedaría por fin libre con su llegada.
Te
quiero a pesar de todos los años que han pasado, mira que las canas,
las arrugas y el bigote no han cambiado más allá de mis aspecto todo lo
bonito que genera tu imagen en mi cabeza, y lo que aún guardo para ti
con la esperanza de que un día los caminos nos conduzcan, aunque sea por
una última vez, por las mismas veredas, se detenga el tiempo en tus
ojos, y el cielo sea testigo del milagro.
Te perdí y la vida
no volvió a sonreírme con tu partida. Me volví más frío y quejumbroso,
terco, insensible, solitario... Todo aquello que lograbas alejar de mí
con sólo abrazarme.
La vida se me ha hecho frágil y corta, se
me escurren como agua entre los dedos las ganas de amar y de vivir. Cada
vez me vuelvo más pequeño y distante, más difícil de tratar, si hasta
me he quedado totalmente solo, entre libros empolvados y una guitarra
que ya no suena, pues sin ti la música resulta chillona y me molesta.
Recuerdo que no tomabas café. Nunca entendí el porqué, pero a veces me
siento frente a la estufa a ver el fuego abrazar la greca y lloro
mientras soplo en el jarro que siempre quisiste botar, por el cual a
veces discutíamos en broma para terminar en un beso y en un "eres un
mañoso".
Al final logré todo aquello que dije un día, sólo que
sin ti nada generó la sensación que esperaba. Me parece que contigo se
fue una parte esencial para lograr sonreír, quizás tú le impregnabas
magia a cada cosa que sacaba sin dificultad mis alegrías.
Conservo una foto nuestra en un cajón junto a las cartas que te escribí
una vez y me devolviste. Al releer y ver la foto, suelo pensar, como
para conformarme, en que quizás en un universo paralelo u otra vida sí
logramos ser felices uno junto al otro.
Ya estoy viejo y los
achaques de la edad las sufro a solas; necesito lentes nuevos para ver
cosas pequeñas, me he vuelto torpe al caminar y tardo mucho en
levantarme cuando a veces caigo al suelo. Ahora duermo temprano para
soñar más tiempo que estás a mi lado, odiando los días en que algo me
despierta y me devuelve a esta realidad añejada de sinsabores y tonos
grises.
Creo que soy el cascarrabias del sector, el don de los
gatos y la casa misteriosa a donde a veces cae la pelota de los
muchachos al jugar. El viejo que le da comida a las aves para sentir que
alguien le necesita, para no sentirse tan solo.
Confieso que
desde que no estás, me siento cada tarde en la puerta a ver a lo lejos,
me gusta pensar que un día me sorprenderás y llegarás a la casa que
también es tuya. Aquí todo es tuyo, si hasta yo te pertenezco. Aunque
creo que soy sólo un montón de canas y huesos que van a pegarte un poco
mi mal genio, o quizás un abrazo tuyo baste para pintar arco iris en mi
ambiente.
Ven y regálale a mis días un poco de aquella
felicidad que dejamos flotando en el aire, que quizás se esparció por el
mundo y todavía flota por ahí. Ven y devuélvele a mi cuerpo las ganas
de seguir viviendo.
-Alberto Apont-